La fuerte demanda de los inversores de este tipo de deuda está facilitando a los emisores un menor coste de financiación, aunque el reto está en demostrar que los recursos tienen finalidad sostenible.

La revolución verde necesita de cientos de millones de euros para lograr su objetivos de neutralidad de emisiones contaminantes y ha encontrado en el mercado de capitales una poderosa fuente de financiación. La emisión de bonos verdes y sostenibles está experimentando un auténtico boom y si bien todavía supone una parte muy pequeña sobre el total de colocaciones de deuda, su crecimiento es exponencial y se prevé fulgurante para el futuro. Emisores e inversores lo saben y defienden el auge de un activo para el que este año se prevé un volumen de emisiones por más de 400.000 millones de dólares (339.250 millones de euros), según cálculos de Standard & Poor’s. Si a las emisiones verdes se le añaden las de carácter social, el conjunto de emisiones con sello ESG podría superar en 2021 los 700.000 millones de dólares. Una cifra que supone superar en un tercio el total de emisiones sostenibles de 2020 y duplicar el de 2019.

El auge de la financiación sostenible se explica sin duda en las políticas climáticas impulsadas desde el Acuerdo de París en 2016 y en la transición a una economía baja en carbono y también en «el impulso de los instrumentos de deuda social y sostenible a medida que la pandemia destacó la necesidad de ello ante el aumento del desempleo, la desigualdad de ingresos y las tensiones en los sistemas de vivienda, atención médica y educación», señala Luisina Berberian, associate director, sustainable finance de S&P Global Ratings. La pandemia ha supuesto de hecho un punto de inflexión en la financiación sostenible, hasta el punto de que las emisiones con sello ESG –las siglas que se identifican con el compromiso social, con el medioambiente y con el buen gobierno corporativo– han comenzado a resultar más baratas para los emisores que las que no lo son.

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Fuente: Cinco Días

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