Si una empresa de fabricación de bombillas inventara una que nunca se funde, ¿podríamos comprarla o su patente se quedaría dentro de un cajón?
Confundir una herramienta con una meta puede salir caro. Una mala ponderación de qué es realmente importante y qué no tiene el potencial de ser el detonante de un error crítico. El deseo de ganar dinero, de prosperar y de tener más posesiones es un incentivo indispensable para el funcionamiento de la economía tal y como se entiende en la actualidad. Pero ¿y si se tratara de un motor que tiene fallos fundamentales desde el principio?
Un ejercicio hipotético. Una empresa de fabricación de bombillas lleva años en el negocio. Tras invertir en investigación con el objetivo de superar la durabilidad de las bombillas de la competencia y lograrlo a medida que pasa el tiempo, un día descubren una técnica que da como resultado la creación de una bombilla que tiene tanta duración que, en la práctica, es casi infinita.
El afán de lucro llevó a la empresa a crear mejores bombillas a lo largo de los años, algo que benefició a la sociedad en conjunto. El problema llegó cuando descubrieron la bombilla infinita. La empresa se enfrenta a un dilema. Si la sacan al mercado, pueden quebrar mandando al paro a sus trabajadores. Si la guardan en un cajón, seguirán teniendo la posibilidad de ganar dinero con su negocio. ¿Qué ocurriría?
La pregunta es sencilla, pero no es así la respuesta ni sus consecuencias. De la forma en la que se responda, depende el futuro de la sociedad. De si es posible encontrar algún día soluciones duraderas y reales o si, por el contrario, existe una tendencia de base a poner parches ya que estos permiten lucrarse mejor que las soluciones en algunos casos.
“Si descubren esa bombilla que nunca se va a fundir, tendrán que buscar una nueva actividad a la que dedicarse”, sentencia José Luis Fernández, doctor en Filosofía y director de la Cátedra de Ética Económica y Empresarial de la Universidad Pontificia de Comillas.
Fallo y acierto de Keynes.
El profesor recuerda que, en 1930, el famoso economista John Maynard Keynes dio una conferencia en Madrid. Titulada Las posibilidades económicas de nuestros nietos, en ella, Keynes sostuvo que en cien años iba a quedar resuelto el problema económico. “Es decir, Keynes estimó que dentro de ocho años todo el mundo tendrá comida. Que todas las necesidades económicas estarían cubiertas y que, por fin, podríamos centrarnos en lo importante. Que podríamos dedicarnos a mejorar como seres humanos, a la parte ética. Evidentemente, Keynes se equivocó en su pronostico, pero tiene un mensaje potente: que la economía no es lo último a lo que debemos aspirar los seres humanos”, razona el filósofo.
“Se trata de un medio. Hay fines por encima de la economía que merecen más la pena. Las empresas son gente, en el fondo. Es imposible que todo el mundo en una empresa se ponga a conspirar contra la humanidad. Se puede dar en menor medida, hay empresas que quieren ganar dinero a toda costa, pero hay otras que van a tener esa capacidad de compartir con la humanidad lo que han descubierto. Los trabajadores y el presidente de una empresa son personas, y no es probable que todos se vuelvan ciegos y locos a la vez”, reflexiona.
Según Fernández, lo que finalmente acabe haciendo la particular empresa de la bombilla infinita dependerá de lo que creamos que es correcto y conveniente. “Esto implica reflexionar, buscar cuáles son los valores que valen la pena. Todos tenemos una tarea personal del más alto nivel: la de tratar de ser mejores personas”, afirma.
El disfraz fundido.
Emilio Campomanes, experto en ética y responsabilidad social corporativa, detalla, por su parte, que lo que ocurra con la bombilla influirá enormemente en su campo de trabajo. “El tiempo siempre va hacia adelante. Las empresas deben entender que sus descubrimientos son parte de la sociedad, porque la sociedad les ha ayudado a crearlos. La RSC es el mecanismo creado para que las empresas formen parte activa de la sociedad e incorporen entre sus objetivos el bien común. El alejamiento entre la empresa y la sociedad debe eliminarse”, asevera.
Fuente: Cinco Días
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